lunes, 17 de octubre de 2016

Geopolítica tras el Desastre

Septiembre del 2035, casi tres años y medio después de su comienzo, se considera el final del Desastre que asoló a todo el planeta.

Los daños fueron inmensos, las infraestructuras quedaron destrozadas y la población mundial se redujo en más de un tercio. Pero no todo se había perdido. Los gobiernos empezaron la labor de reconstruir sus respectivos países, aunque nadie se preocupó de formar de nuevo las asociaciones e instituciones internacionales del pasado. El transporte y las comunicaciones volvieron a funcionar, aunque de manera limitada y siempre bajo el férreo control de las autoridades de los países a los que se les dotó del eufemismo de «reconstruidos». Durante la confrontación, que tuvo más que nada el carácter de guerra civil a escala planetaria, cada nación se había encerrado en sí misma y se había concentrado en sobrevivir. Algunas lo consiguieron, aunque a duras penas. Tras el Desastre, nadie se preocupó en delimitar nuevas fronteras, pues todos sabían que las fronteras ya no significaban nada. Más de la mitad del territorio nacional de cada país se convirtió en tierra de nadie.


Un nuevo orden surgió de las cenizas del mundo anterior y el mundo se dividió en tres grandes bloques geopolíticos.

Por un lado, estaba la Unión Occidentalista, macroentidad política que, con las notables excepciones de Suiza y Noruega, agrupaba a la mayoría de países europeos, a los países del norte de África y, dando un extraño salto geográfico, incluía Sudáfrica, India, Singapur y Japón. 


Por otro lado, estaba la Commonwealth, que se vanagloriaba con sutil orgullo de ser, más o menos, la heredera de los Imperios Hispánico, Británico y Yanqui. Incluía el Reino Unido, aunque sin Irlanda, Estados Unidos, Canadá, toda Centroamérica y buen puñado de países sudamericanos, incluyendo el Cono Sur, así como algunos enclaves en la costa oeste de África y Australia. Nueva Zelanda, junto con Uruguay, Mongolia y las dos excepciones europeas, había optado por ser uno de los pocos países no alineados. 

La tercera superpotencia era la Coalición Euroasiática, una débil unión entre Rusia, China, la mayoría de ex repúblicas soviéticas, Indochina, algunos pequeños países de la Península Arábiga y Madagascar.



El resto del mundo: Brasil, Bolivia, Uruguay, la mayor parte de África, Turquía, Malasia, Indonesia, Oriente Medio, Papúa, Alaska, Groenlandia, el Caribe y la mayor parte de las islas del mundo… eran simplemente zonas en blanco en el nuevo mapamundi. Algunos de esos países ni siquiera habían podido comenzar la reconstrucción. Otros eran poco más que zonas en venta a disposición del mejor postor.

Este nuevo orden mundial fue el indiscutible resultado de la influencia y poder de las grandes compañías transnacionales, que no sólo sobrevivieron al Desastre, sino que salieron de él más fortalecidas que nunca. En nuestros días, las grandes transnacionales son los gobiernos de facto que controlan los tres bloques en los que se dividió el mundo. El control político-económico de las tres grandes transnacionales es tal que las divisas mundiales se han reducido básicamente a tres monedas fiduciarias: marcos, dólares y rublos. Cada moneda es emitida y controlada por sus respectivos bancos centrales, los cuales no son otra cosa que sucursales de la correspondiente transnacional.

Estas grandes compañías son los verdaderos detentadores del poder. Los gobiernos nacionales de cada país han pasado a ser figuras casi meramente decorativas. Obedientes marionetas que se dejan meter la mano por detrás con agradecimiento.

Las áreas de influencia de cada una de las tres grandes transnacionales coinciden casi de forma exacta con las supuestas fronteras de las tres nuevas criaturas geopolíticas. 

En la actualidad, La Tyrell-Tagaca Corporation domina la mayoría de los mercados de la Unión Occidentalista, la Texas-Magallanes Incorporated ejerce el poder real en la Commonwealth, mientras que la Sunrise International Holdings controla con puño de hierro los territorios de la Coalición Euroasiática. Aún existen otras multinacionales, incluso algunas anteriores al Desastre, que tienen sucursales en una o dos de las macroentidades supranacionales. Pero en la totalidad de los casos se han convertido en empresas subsidiarias que viven a la sombra y bajo las órdenes de uno de los tres gigantes.

Las transnacionales empezaron pronto a disputarse el poder económico y político, tanto en los bloques como en las áreas no reconstruidas, donde la confrontación armada directa se convirtió con rapidez en algo usual y casi cotidiano. Aquellas zonas que cuentan con algún recurso importante, ya sea energético o de materias primas, se han convertido en puntos especialmente conflictivos. Aunque muchos analistas lo nieguen, el mundo está viviendo una nueva guerra fría, soterrada y casi anónima.

______________________________________________

Extracto de Ragnarök, la novena transición, la nueva novela de Juan Nadie.


No hay comentarios:

Publicar un comentario