jueves, 19 de enero de 2017

Religiosidad Zombi (parte 1 de 3)

Una de las características fundamentales de cualquier cultura humana es su religiosidad. El panteón de seres más o menos sobrenaturales a los que presta adoración y a los que ruega por sus anhelos.

Nuestra querida tierra carpetovetónica no es una excepción. Las celebraciones de origen religioso, muchas de ellas transmutadas en consumismo comercial, son los principales mojones que marcan el calendario anual. A pesar de todo, la mayoría de sus habitantes confiesan algún tipo de sentimiento religioso cuando son preguntados en las encuestas.

En este relato, dividido en tres partes para una mayor comodidad en su lectura, puedes disfrutar de un nuevo enfoque en la práctica de la religión que todos conocemos:
el punto de vista zombi.

https://www.wattpad.com/story/96799648-religiosidad-zombi

Religiosidad Zombi (1)


Tras el estallido de la pandemia zombi, aparecieron los profetas. Supervivientes del holocausto que habían escapado por poco de los monstruos. Sus cuerpos estaban más o menos intactos. Pero sus mentes quedaron dañadas para siempre.

Se lanzaron a las calles a pregonar sus mensajes. Supuestas interpretaciones de la pandemia, más o menos apocalípticas, en las que ellos se autoproclamaban mensajeros de algún poder divino. Capaces de traducir e interpretar el porqué de aquella horrenda pesadilla que había caído sobre ellos. Exégetas de los muertos vivientes. No fueron muy numerosos, y la mayoría no consiguieron demasiados seguidores. Pero algunos lograron ser noticia un tiempo nada despreciable.

La pandemia había hecho resurgir el fervor religioso del país con una fuerza que no se conocía desde hacía décadas. Iglesias, sinagogas, mezquitas y salones del trono se llenaron a rebosar. Los fieles, y aquellos que no lo eran tanto, acudieron a orar y a rogar a sus dioses y santos, en un intento de buscar algo de consuelo que los ayudase a soportar el horror. No hubo sacerdote, cura, imán, pastor o rabino que no mencionase a los zombis en sus sermones. Aunque incapaces de salir de los esquemas que las religiones abrahámicas habían impuesto durante milenios, el mensaje era indefectiblemente el mismo: dios nos castigaba por nuestros pecados y el apocalipsis se nos venía encima. Los dirigentes de las distintas confesiones religiosas se frotaban las manos de puro gozo. Era bueno que la gente volviera a los templos, y que los cepillos volvieran a llenarse con las limosnas de los fieles.

Como siempre, hubo quien supo sacar beneficio de la situación.

El caso más afamado fue el de Santa Ágata de los Zombis.

La historia de Santa Ágata fue una de las máximas expresiones del fervor religioso celtibérico que se difundieron dentro y fuera de la península tras el estallido de la pandemia. Fue el resultado de la fusión de la religiosidad popular católica andaluza con la horrible pesadilla que se abatió sobre las tierras del sur de España. El porqué de esa especial fusión, nadie pareció saberlo nunca. Pero el análisis más o menos poco profesional del fenómeno hizo correr ríos de tinta y saliva en periódicos, revistas del corazón y reality shows televisivos.

La heroína de la epopeya fue aquella pobre chiquilla, flaca como el palo de una escoba, silenciosa, de unos doce años, pálida y con la mirada perdida más allá de la realidad de cualquier humano que se situase frente a esos ojos glaucos y desconcertantes. Las traumáticas experiencias que la desgraciada niña se vio obligada a soportar hicieron que nunca volviese a pronunciar una palabra en el resto de su vida. Nunca se supo su nombre original, aunque mucho se especuló al respecto. Pero esa pobre chiquilla fue conocida, para el resto de su vida, como Santa Ágata de los Zombis. A juicio de millares de seguidores, la niña no podía ser otra cosa que una enviada de las altas esferas celestiales. Pues sólo así se explica que, sola y a pie, caminase desde la ermita de El Rocío, en Huelva, hasta el puesto de control de Despeñaperros, en la provincia de Jaén, unos cincuenta kilómetros en línea recta al norte del paralelo 38º y del muro en construcción.

Un viaje de casi trescientos kilómetros a vuelo de pájaro.

Lo más extraordinario de la odisea era que Santa Ágata realizó su alucinante travesía, a través de un territorio infectado y abandonado por las autoridades, sin que fuese atacada por ninguno de los monstruos, portando en sus manos el brazo gris, incorrupto y en movimiento de un zombi.
Aunque nunca habló, ni contó detalle alguno de lo que le había pasado, su gesta dio nacimiento a uno de los fenómenos religiosos más populares del siglo XXI.

Todo empezó el fin de semana del domingo de Pentecostés de ese año, fecha en la que, desde tiempos inmemoriales, se celebraba la romería del Rocío en la aldea almonteña del mismo nombre, en la provincia de Huelva, engarzada en el límite noroccidental del Parque Nacional de Doñana, espacio natural protegido y una de las joyas ecológicas del país.

Según la liturgia católica, Pentecostés señala la fiesta del quincuagésimo día después de la Pascua o Domingo de resurrección, y pone término al tiempo pascual. También se le concibe como el día de celebración de una de las nociones teológicas más complejas de la cristiandad: el Espíritu Santo. A pesar de ser para los católicos la fiesta más importante después de la Pascua y la Navidad, la festividad de Pentecostés es móvil. Esto significa que no se fija en relación al calendario civil, sino que se mueve arriba y abajo según el calendario lunar por el que la Iglesia Católica fija muchas de sus celebraciones principales.

Pero la mayor parte de los años, suele caer en la segunda mitad de mayo.

Así que, cuando a mediados de junio de ese año, el sur de la Península Ibérica se convirtió en un infierno de pesadilla, los rocieros ya habían acabado su ritual de todos los años. Los simpecados ya habían pasado por delante de la ermita, los almonteños ya habían saltado la reja, y la Blanca Paloma ya había sido llevada por toda la aldea a hombros de los fervorosos devotos del culto mariano. Ya los carros, carretas, charrets, caballos agotados al borde del colapso y todoterrenos rugientes llenos del polvo de la raya, volvían a las sedes sociales de sus correspondientes hermandades. La pasión mariana y rociera se tomaba ya un descanso hasta el año siguiente.

Tuvieron suerte los rocieros.

Claro que los pocos que sobrevivieron, principalmente los pertenecientes a hermandades externas al territorio andaluz, lloraron durante toda la eternidad su amada romería.

Tras la pandemia zombi, no hubo simpecado ni carreta, por mucha protección de la Virgen y los santos con la que contase, que se atreviese a surcar los caminos del Rocío en pleno territorio infectado.

Hubo varios intentos de reconstruir una nueva Ermita del Rocío en algún lugar al norte del paralelo 38º. Muchos fueron los lugares propuestos, pero ninguno llegó a alcanzar el quórum suficiente para imponerse a los demás. Así que los rocieros supervivientes de la pandemia acabaron por dividirse en minúsculos grupos de hermandades y agrupaciones, más o menos enfrentadas unas a otras, cada una con su propio lugar de peregrinaje.

El Rocío, una de las romerías más famosas y multitudinarias que existían, pasó a la historia.
Hasta que apareció Santa Ágata.

Nunca se supo por qué. Pero sin esa pequeña, y en principio irrelevante, circunstancia, la leyenda nunca hubiese sido posible.

Pero por alguna razón, la familia de Ágata no volvió tras el simpecado de su hermandad a su Coria del Río natal, en la provincia de Sevilla. Por alguna razón, decidieron quedarse unos días más en la aldea de El Rocío. Quizás querían disfrutar de la blanca belleza de la aldea almonteña, que apenas llegaba a los dos mil habitantes censados, sin la barahúnda de fieles, que podían superar el millón de almas durante la romería. O quizás hubo algún tipo de ruptura, de pelea, o de disputa. Tal vez el cabeza de familia de Ágata decidió, por cualquier razón, suponemos que de peso, romper con sus hermanos corianos. También pudo ocurrir que la madre cayese enferma, y la familia decidiese pasar unos días en la tranquilidad de los límites de Doñana para darle tiempo a la buena mujer a reponerse. Tal vez la abuela hizo una promesa a la Virgen, quedarse unos días más para que así la nieta, Ágata, acabase quinto de primaria con buenas notas.

Nunca lo sabremos. Pues Santa Ágata de los Zombis nunca pronunció una palabra durante los meses de su vida apostólica.

[continuará]
______________________________________________________________
http://goo.gl/SiQMZG Fragmento de la novela IBERIAN PARK, la respuesta zombi a la crisis.
Una novela única que te permitirá contemplar la realidad en que vives (el sistema monetario) desde una perspectiva diferente.
Y sí, es una novela de zombis. Así que encontrarás tripas y sesos desparramados a mansalva. Y muchas otras cosas más que no te imaginas.
Pincha en la portada de la novela si quieres saber más.

Puedes encontrarla tanto en formato papel como electrónico.
 

No hay comentarios:

Publicar un comentario