jueves, 25 de mayo de 2017

Sirenas (capítulo 7 de 9)

Las sirenas atraen con su canto y sus voluptuosas promesas a los marineros que surcan los siete mares, abocándolos a un fatal destino.
Pero no todos los mares son iguales, ni las sirenas aparecen siempre donde cuentan las viejas historias.
El grupo de soldados al mando del teniente Herrero, envueltos en una guerra que no es la suya, acabarán por descubrirlo.


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Séptimo capítulo de esta noveleta de terror bélico.

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Capítulo 7



Tras las breves horas de descanso, en las que ninguno de los hombres consiguió conciliar el sueño ni un solo minuto, se pusieron de nuevo en marcha. El sol había empezado a ponerse y teñía el cielo de anaranjados y malvas. Las dunas proyectaban hacia el este sus sombras alargadas.
Habían empezado a subir en los BMR cuando uno de los soldados asomado por la escotilla del techo dio la voz de alarma.
—¡Allí! ¡Allí! Mi teniente. He visto algo moverse tras aquella duna.
—¿Estás seguro, López? —increpó el teniente Herrero subido en el estribo del vehículo.
—¡Por mis muertos, mi teniente! Que detrás de aquella duna hay alguien.
Once pares de ojos miraron en la misma dirección.
—¿Qué hacemos, mi teniente? —preguntó el brigada Ramírez.
Herrero guardó silencio con el ceño fruncido. Las arrugas de su frente se volvieron profundas y espesas.
—Quizás sólo se trate de una patrulla de exploración. Dos o tres hombres como mucho. Puede ser la única oportunidad que tengamos de cazarlos y hacerles pagar por lo que nos han hecho —dijo el cabo primero Castillo.
El brigada soltó un gruñido por lo bajo y clavó la mirada en el cabo primero, pero no dijo nada.
Los soldados miraron al teniente con expectación y ansia.
—Está bien —concedió Herrero al cabo de unos segundos—. Pero con extremo cuidado. No quiero sorpresas. Cardoza, tú y el Murciano delante. A trescientos metros Torres y Castillo. Bordead la duna por su base. A la menor señal de peligro, cagando leches de vuelta a los vehículos. El resto preparados para salir disparados en cualquier momento. ¿Entendido?
Los hombres asintieron en silencio.
El sol se ponía con rapidez, y los cuatro soldados pronto se convirtieron en siluetas de color gris oscuro. Avanzaban despacio, las culatas de los fusiles pegadas a la mejilla. Uno de ellos avanzaba unos metros, se paraba, ponía una rodilla en tierra y apuntaba hacia la duna. El segundo soldado repetía la operación.
Los dos hombres en vanguardia estaban a menos de quinientos metros de los BMR cuando se pararon en seco. Bajaron los brazos, dejaron caer los fusiles y echaron a correr hacia la base de la duna.
—¿Pero qué cojones están haciendo? —gritó el teniente Herrero sin molestarse en disimular el espanto en la voz.
Entonces todos lo oyeron. Era un sonido extraño, inédito para sus tímpanos, pero que a la vez les proporcionaba una enorme sensación de familiaridad, como si ya lo conociesen en algún perdido rincón de sus memorias. Una música suave y aterciopelada, que hizo al teniente pensar en arroyuelos cantarines rebosantes de agua fresca, en frutas maduras y deliciosas colgando de los árboles, en piel caliente y acogedora.
Durante un segundo eterno, todos dejaron de respirar.
El teniente Herrero sacudió la cabeza para escapar de la ensoñación, con tanta fuerza que se lastimó uno de los músculos del cuello.
—¡A los coches! ¡A los coches! —gritó con desesperación—. Media vuelta y todos a los vehículos. ¡Vámonos de aquí!
El cabo primero Castillo y el soldado Torres, a poco menos de trescientos metros detrás de los fugados, se volvieron hacia los blindados. Durante unos instantes no se movieron. Luego Castillo echó a correr hacia los BMR.
Pero Torres no se movió.
Levantó el fusil, apuntó hacia los vehículos y apretó el gatillo.
La primera ráfaga de balas del calibre .45 mm alcanzó al cabo primero Castillo de lleno por la espalda. Uno de los proyectiles le impactó en la nuca. Murió antes de que su rostro se estrellase contra la arena caliente.
—¿Pero qué hace ese hijo de puta? —gritó Ramírez. Con rapidez se echó al suelo y rodó hasta protegerse detrás del vehículo blindado.
Torres siguió disparando sin cesar. Las balas alcanzaron al BMR tras el que se parapetaba el brigada. Las tres enormes ruedas de un lado estallaron con secos estampidos. Levantaron nubes de arena que titilaron en la mortecina luz del ocaso.
El teniente Herrero se lanzó al interior del otro vehículo.
—¡Dispara, López, dispara! —ordenó al soldado en la escotilla del techo, junto a la ametralladora.
—Pero… es Torres, mi teniente.
—He dicho que dispares. Métele un balazo en la cabeza a ese cabrón de una puta vez.
Tras unos instantes de vacilación, López cumplió las órdenes de su superior. Pero ya era demasiado tarde. Torres había vaciado el cargador del arma, la había arrogado lejos de sí y había corrido hacia las dunas. Su silueta se perdió entre las sombras del anochecer.
La música creció en intensidad.
—¡Todo el mundo adentro, al otro BMR! —ordenó el brigada incorporándose junto al averiado vehículo. Los hombres que estaban fuera se lanzaron de cabeza hacia la puerta trasera del blindado.
En su interior, el teniente Herrero se acercó a la parte delantera, donde el conductor esperaba, listo y con el motor en marcha.
—Pisa a fondo y sácanos de aquí —gritó.
—Pero, mi teniente, ¿no deberíamos…? —protestó el conductor.
Herrero se sacó la pistola del cinturón y apoyó la boca del cañón en la cabeza del conductor.
—Mueve este maldito trasto o te pego un tiro aquí mismo —dijo escupiendo las palabras entre los dientes apretados.
No tuvo que repetir la orden. El motor diésel rugió con furia y el blindado saltó sobre la arena, dejando tras de sí una estela de polvo y terror.
En su interior, siete hombres se miraban unos a otros. Bajo la suciedad, el sudor y la arena, las facciones de sus rostros dibujaban algo a lo que ninguno pudo poner nombre. Pero sabían que lo que acababa de ocurrir iba más allá del miedo.




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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2017.
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 0811091272760, con fecha de 9 de noviembre de 2008.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.

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