jueves, 8 de junio de 2017

Sirenas (capítulo final)

Las sirenas atraen con su canto y sus voluptuosas promesas a los marineros que surcan los siete mares, abocándolos a un fatal destino.
Pero no todos los mares son iguales, ni las sirenas aparecen siempre donde cuentan las viejas historias.
El grupo de soldados al mando del teniente Herrero, envueltos en una guerra que no es la suya, acabarán por descubrirlo.


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Noveno y último capítulo de esta noveleta de terror bélico.

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Capítulo 9



En una oficina del Palacio de la Moncloa, alrededor de un magnífico escritorio de caoba tallada, se sentaban tres hombres. Uno era el presidente del Gobierno. Otro el ministro de Defensa. El tercero era el JEME, el Jefe de Estado Mayor del Ejército de Tierra, un militar en uniforme de gala. Lucía las divisas de General del Ejército en las hombreras y llevaba la pechera abarrotada de medallas y condecoraciones.
—Acabo de leer el resumen del informe del capitán Alcántara, general —dijo el presidente del Gobierno—. Pero hay cosas que no acabo de entender.
—Nosotros tampoco, señor presidente —respondió el general.
—Toda la información que tenemos está en ese informe —terció el ministro de defensa. Señaló con la barbilla al legajo de papeles sobre la mesa—. Todo lo demás es pura especulación.
—¿Qué es lo que pasó, general? —preguntó el presidente.
—En realidad no lo sabemos, señor presidente. Como bien ha dicho el señor ministro, los datos son pocos y la especulación mucha. Por lo que sabemos, la misión asignada a la sección del teniente Herrero fue ejecutada con éxito y en el plazo previsto. Tras la misma, tenían que volver a la base, el campamento Red Fox de la vigésimo cuarta División de Infantería americana, de la que salieron vía transporte aéreo unos días antes. La vuelta a la base debía realizarse por tierra, a través de una zona desértica y deshabitada, con lo que se evitaba así que se encontrasen tanto con habitantes locales como con algún contingente aliado. Daban un gran rodeo, pero era necesario dado el carácter de la misión, señor presidente.
—Pero nunca regresaron —afirmó el presidente por lo bajo.
—No. No llegaron a alcanzar la base. Cinco días después del esperado regreso del teniente Herrero y su unidad, y sin haber conseguido ningún tipo de contacto por radio, el alto mando decidió mandar en su busca al capitán Alcántara al mando de la mitad de su compañía, también estacionada en la base Red Fox. Siguiendo la señal del localizador GPS, encontraron a la sección del teniente Herrero, o lo que quedaba de ella.
—¿Lo que quedaba de ella? —el presidente enarcó las cejas.
—Sólo encontraron uno de los BMR que fueron enviados en la misión. Estaba abandonado en el fondo de una pequeña hondonada, en una región de dunas móviles, a unos sesenta kilómetros al suroeste de la base. Ni rastro de Herrero ni de sus hombres. Alcántara y su unidad buscaron en varios kilómetros a la redonda, pero no encontraron nada. La arena y el viento habían borrado cualquier posible huella que nos diese una pista de lo que había ocurrido allí —explicó el general.
—¿Ningún rastro?
—Apenas. No había casquillos de bala, huellas de impactos en el vehículo o señal alguna que indicase algún tipo de confrontación. Tan sólo encontraron una chaqueta de uniforme, perteneciente al brigada Ramírez, desgarrada y manchada de sangre. Además… en la puerta trasera del BMR se había quedado una bota enganchada, una bota del ejército español. En el interior de la bota había un pie. Había sido seccionado a la altura del tobillo. El hueso estaba astillado y la carne desgarrada. No era el corte que se hubiese hecho con algún tipo de arma blanca. No sabemos a quién pertenecía ese pie.
—¡Qué horror! —exclamó el presidente.
—Alcántara y sus hombres —intervino el ministro— tomaron fotos del lugar, recogieron los restos y volvieron con el BMR abandonado a la base americana.
—¿Qué hay de los otros vehículos que participaron en la misión? —preguntó el presidente.
—No lo sabemos, señor presidente —respondió el general—. Por la posición del vehículo encontrado, parece que Herrero y sus hombres se desviaron muchos kilómetros de la ruta señalada para retornar a la base. Tampoco sabemos por qué lo hicieron, pero unos días antes hubo una fuerte tormenta en el desierto, lo que pudo obligarles a desviar su camino. Pero de nuevo sólo podemos especular.
—¿Qué es esto del Mayor Smith?
—Apenas una hora después de que el capitán Alcántara y sus hombres regresaran a la base Red Fox, se recibió una llamada de la base de mando del mismísimo general Schwarzkopf. Veinte minutos más tarde se presentó en el campamento un tal mayor Smith, con insignias de la infantería americana, al frente de un grupo de supuestos ingenieros militares. Requisaron las fotos tomadas por Alcántara, el BMR y los restos. No pudimos negarnos. A fin de cuentas, los americanos están al mando en esta guerra.
—Pero Alcántara menciona en su informe que se sintió muy extrañado por la presencia del mayor Smith y sus hombres. Incluso indica sus dudas sobre si eran o no militares de verdad —comentó el presidente.
—Hombres de la CIA o la NSA, seguro —intervino el ministro de Defensa.
El general asintió con gravedad.
El presidente guardó un fruncido silencio durante unos instantes.
—¿Qué se les ha comunicado a las familias de Herrero y sus hombres? —preguntó.
—Lo habitual en estos casos —replicó el general—. Que lamentamos comunicarles que sus familiares han sido víctimas de un accidente mientras transportaban pertrechos, que han muerto como valientes en acto de servicio a la patria, pero que los cuerpos han resultado terriblemente mutilados, por lo que se les enviarán las cenizas de sus restos tras la cremación.
—¿La prensa?
—Tres cuartos de lo mismo —respondió el ministro.
—¿De dónde han sacado esas cenizas?
—¡Oh! Cerdos y ovejas incinerados —explicó el ministro—. Es el procedimiento estándar.
Durante unos segundos, el presidente del Gobierno meditó en silencio, el rostro sombrío y la mirada fija en algún punto de la gruesa moqueta.
—Entonces, dígame, general —preguntó al cabo—. ¿Cuál es la conclusión que podemos sacar de todo esto?
—La misma que antes de empezar esta guerra, señor presidente —contestó el general sin el menor titubeo en la voz—. La misión del teniente Herrero nunca existió.


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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2017.
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 0811091272760, con fecha de 9 de noviembre de 2008.
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Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.

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