jueves, 18 de enero de 2018

Ha llamado mamá (relato)


En diciembre de 2015, un grupo de astrónomos de la Universidad de Lieja, en Bélgica, que trabajaban con el Telescopio Pequeño para Planetas y Planetesimales en Tránsito (llamado TRAPPIST por sus siglas en inglés, Transiting Planets and Planetesimals Small Telescope) del observatorio de La Silla, en Chile, le echaron un vistazo a una estrella enana roja ultra-fría, localizada a 39 años luz de la Tierra en la constelación de Acuario.



Descubrieron tres planetas de tamaños similares a la Tierra que orbitaban la pequeña estrella roja, que es apenas un poco más grande que nuestro Júpiter. 

Observaciones posteriores elevaron el número total de planetas que orbitan la estrella a siete. Al menos tres de ellos están en la zona habitable circunestelar, y los otros podrían también ser habitables pues existen indicios de que poseen agua líquida en su superficie.

Los astrónomos llamaron al sistema formado por la enana roja y sus siete planetas TRAPPIST-1, y a los planetas los nombraron con las letras «b», «c», «d», y así hasta la «h» (la «a» se reserva para la propia estrella), contando desde el más cercano a la estrella hasta el más lejano. Lo hicieron así pues este parece ser un sistema de nomenclatura muy común entre los astrónomos. Además, es sencillo de aplicar y fácil de recordar. 



Si alguno de los planetas de TRAPPIST-1 es habitable, si tiene vida, y si algún día iremos allí, el futuro lo dirá.



Pero la ciencia ficción nos permite viajar en el tiempo y dar un salto hasta ese lejano futuro. Un futuro en el que la humanidad ha llegado a TRAPPIST-1 y ha colonizado cada uno de sus siete mundos.

Este relato corto te permite echar un rápido vistazo y conocer cómo serían esos mundos.

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https://drive.google.com/drive/folders/1bdoSYacysb62iKyGEsfeIDv88RYS5raX

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Ha llamado mamá

Desde el estrado, el profesor Esoj paseó la mirada por el auditorio y no pudo evitar sentir una muy complaciente sensación de orgullo. Hinchó los pulmones y jadeó un poco. Los dignatarios más relevantes de las principales ramas de la ciencia y la tecnología de los Siete Hermanos estaban allí presentes. La flor y nata de las sociedades trappistas. Una ocasión memorable como pocas. Pero la importancia de la situación imponía que la reunión se realizase en modo presencial, y no a través de las conexiones virtuales de la red interplanetaria.
«Va a ser el momento culminante de mi carrera», se dijo Esoj con el placer de la inmodestia.
Los murmullos y los jadeos llenaban como una nube el aire del auditorio, mientras la gente acababa de encontrar su sitio y acomodaba la diversidad de estaturas a los asientos acolchados. Los delegados de los otros mundos manipulaban sin cesar sus cinturones gravimétricos. Todos se quejaban de que nunca conseguían el ajuste perfecto. Era una de las inconveniencias que tenía el viajar a otro planeta. Por suerte para el profesor Esoj, él no había tenido que abandonar su mundo natal.
Por la posición de los Siete Hermanos en sus órbitas resonantes, el planeta más conveniente para realizar la reunión en aquellas fechas era 1f. Pero a nadie le hacía gracia viajar a un planeta cuya superficie era un interminable océano rodeado de una densa atmósfera de vapor de agua que lo convertía en una sauna fría, a pesar de que su gravedad era la segunda más baja de los Siete, y sus ciudades flotantes eran maravillas tecnológicas. Los efes, con sus dedos palmeados y sus membranas nictitantes protestaron por el desaire. «Qué se puede esperar de gente que consigue su suministro principal de proteínas de algas gigantes y de esos desagradables peces bulbosos», les comentó Esoj a sus colegas de la universidad. Aunque se guardó mucho de mandarles semejante mensaje a los académicos de 1f.
Los es adujeron que su mundo era la opción obvia. A fin de cuentas, 1e era el planeta de en medio. No era tan frío ni tenía tanta agua en superficie como 1f, y su gravedad estaba en un cómodo término medio. Pero 1e estaba demasiado alejado de los demás en su órbita resonante como para resultar un punto de encuentro conveniente.
«Seguimos llamando a nuestros mundos con las letras de la b a la h, como nos denominaron los astrónomos que descubrieron nuestro sistema allá en la vieja Tierra, hace ya varios milenios», pensó Esoj. «También seguimos usando el año terráqueo como medida estándar. Claro que con los cortísimos periodos orbitales de los planetas trappistas, era simplemente una cuestión de pragmatismo».
Cuando el profesor fue informado de que 1d era el planeta elegido, le pareció que era lo más adecuado. Después de todo, sin él no hubiesen podido descifrar el mensaje.
A los habitantes del sistema de TRAPPIST-1 no les gustaba demasiado viajar de un planeta a otro, a pesar de su relativa proximidad. La carrera espacial no era una de sus prioridades. La dificultad no radicaba en la distancia, sino en la energía. La delta-V necesaria para escapar de la atracción gravitatoria era casi tan grande como la necesaria para viajar entre los planetas interiores del viejo sistema solar, aunque los tiempos de viaje fuesen mucho más cortos. Para qué gastar energía en ir a otro planeta donde la diferencia de gravedad, temperatura y atmósfera te harían sentir incómodo. Había algo de comercio interplanetario, desde luego. 1b importaba mucho hierro y metales pesados, pues era un planeta poco denso. 1f exportaba sus algas proteínicas y sus soberbias esculturas de hielo exótico. Pero, en general, los intercambios entre los Siete Hermanos eran mayormente culturales. Productos virtuales que se podían enviar de un planeta a otro a través de la red. Los matrimonios mixtos tampoco eran muy frecuentes. ¿Quién quería tener como hijo a un mestizo que nunca se adaptaría por completo a ninguno de los planetas?
«Los otros Hermanos no están mal, pero en ningún lugar se está como en 1d.», repetían a menudo el profesor y sus conciudadanos des. Por supuesto, cada planeta tenía su refrán equivalente.
Fuera del sistema habían enviado sondas no tripuladas. Pero ningún trappista consideró que se hubiese encontrado nada que mereciese la pena ir hasta allí.
Esoj lanzó unos cuantos jadeos de satisfacción. Como experto en historia antigua podía juzgar mejor que muchos la trascendencia del evento. Frente a él se habría el magnífico espectro de variedades de humanos que mostraban el colosal éxito que supuso la colonización del sistema de TRAPPIST-1. Desde los achaparrados y recios ces, habitantes del desértico planeta con mayor gravedad, hasta los larguiruchos delegados de 1h, con esos ojos enormes de esclerótica verde y su piel oscura, casi turquesa. Adaptaciones para sobrevivir en el planeta más alejado de la enana roja. Un mundo helado, de escasa insolación, con una gravedad tan leve como la de la vieja Luna de la Tierra. Eran los que más se quejaban de los cinturones gravimétricos.
Ocho naves generacionales partieron de la Tierra hacía más de tres mil quinientos años. Dos siglos más tarde, tres naves llegaron a su destino, a casi cuarenta años luz del viejo Sol. Por fortuna, todas las naves tenían duplicados de los bancos de embriones.
A pesar de las pérdidas, la gran aventura de la humanidad fue un éxito. No había vida en ninguno de los siete planetas, quizá debido a las intensas tormentas magnéticas que sacudieron el sistema en sus inicios. Fue una ventaja. Pues así no hubo criaturas indígenas con la que lidiar o a las que proteger. Pero había oxígeno y agua, que era lo importante. La terraformación de los Siete Hermanos supuso in desafío tecnológico que duró varios siglos terrestres. Dirigir cometas de hielo a los planetas más escasos de agua y formar así capas de nubes protectoras, o activar la capa de ozono que hiciese de escudo contra las perniciosas radiaciones UV fueron sólo algunos de los problemas a los que tuvieron que enfrentarse. Un esfuerzo titánico en el que los primeros colonos tuvieron que llevar sus conocimientos y sus capacidades al límite.
La vida no fue fácil para las primeras generaciones de trappistas. Todos los planetas, excepto 1h, estaban acoplados por marea a la estrella anfitriona, como el satélite de la vieja Tierra. Siempre ofrecían la misma cara a su sol. El terminador, la línea que separaba la parte iluminada del planeta de la parte en sombra, era donde se concentraban sus habitantes.
Tres mil años eran apenas un suspiro en términos evolutivos. La ingeniería genética permitió la rápida modificación de animales y plantas adaptados a la luz roja de la estrella, a las tremendas tormentas causadas por las diferencias de temperaturas entre el lado diurno y el nocturno, a la actividad sísmica causada por las interacciones gravitacionales entre los planetas y el calentamiento de mareas. La vegetación de los Siete Hermanos era toda de un color entre marrón y negro, para poder aprovechar al máximo la radiación solar en la fotosíntesis.
La modificación de los seres humanos tomó algo más de tiempo debido a iniciales reluctancias éticas. Pero si querían sobrevivir en el sistema trappista, no les quedaba más remedio que adaptarse. La retina se modificó para captar, al menos en parte, la radiación infrarroja. La piel se tiñó de un pigmento cian para absorber mejor la luz de la enana roza y conseguir la necesaria síntesis de vitamina D. Una dermis engrosada les protegía de los intensos rayos X emitidos por la estrella. Hubo que sacrificar los folículos pilosos y las glándulas sudoríparas, por lo que para regular la temperatura jadeaban como los míticos perros de la vieja Tierra. Se necesitaba para ello una lengua grande, así que hubo que alargar las mandíbulas a base de prognatismo. Las adaptaciones enzimáticas, metabólicas y fisiológicas fueron incluso más drásticas. 
«Sí», se dijo el profesor. «Los antiguos colonos pueden sentirse orgullosos. En tres mil años, hemos conseguido la adaptación perfecta a otro planeta. Y no una, sino siete veces». Aunque cada planeta sostenga que posee la mejor variedad de chinchilla lanuda y el tipo de lagarto más suculento.
Hacía muchas generaciones que no se establecía contacto con la Tierra. El coste energético era prohibitivo y la distancia hacía el proceso lento y poco funcional. Los terráqueos eran considerados por los trappistas como esos primitivos ancestros, de piel marrón-rosácea, que vivían atrapados en su planeta azul y en su sol amarillo. Se les nombraba con cierta condescendencia cariñosa. Incluso con piedad indulgente. A fin de cuentas, el Sol explotaría tarde o temprano y aniquilaría la Tierra, mientras que TRAPPIST-1 era una vieja enana roja que duraría hasta casi el fin del universo.
Entonces llegó el mensaje.
Después de casi tres mil años los satélites de 1h detectaron una emisión terráquea. Un mensaje corto y escueto, que necesitó el arduo trabajo del profesor Esoj para descifrar la antigua lengua de los colonos.  
Era un mensaje de socorro.
El planeta madre llamaba a los Siete Hermanos solicitando ayuda.
Todos los allí presentes se hicieron miles de preguntas desde que Esoj logró descifrar la señal. Pero la pregunta esencial que flotaba en el auditorio era: ¿responderían los trappistas a la llamada de la Tierra?
El profesor Esoj se levantó de su asiento y caminó hacia el borde del estrado. Levantó sus manos de seis dedos para solicitar la atención de los dignatarios. Las negociaciones iban a ser largas.


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© Juan Nadie, Planeta Tierra, 2017.
Obra inscrita en el Registro de la Propiedad Intelectual de Safe Creative (www.safecreative.org) con el número 1710174592865, con fecha de 17 de octubre de 2017.
Todos los derechos reservados. All rights reserved.
Ilustración de la portada: fotomontaje del autor.
http://fussioneditorial.com/index.php/trappist-1-antologia-de-ciencia-ficcion-y-distopia.html



Este relato fue publicado en TRAPPIST, 1ª Antología de Ciencia Ficción y Distopía, libro que recoge la antología de relatos seleccionados en el Primer Concurso Literario de Ciencia Ficción y Distopía, de Fussion Editorial. Si quieres conseguir el libro, no tienes más que pinchar en la portada o en el link del título.


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